“El hombre es hijo de su pasado mas no su esclavo, pero es padre de su porvenir”

 Víctor Frankl 

 

La naturalización de la violencia es un fenómeno que se ha ido colando poco a poco en la vida cotidiana de los seres humanos.  A la par, la falta de educación en las emociones, nos ha llevado a enaltecer al ego, ocasionando una ceguera que nos impide ver al otro como nuestro prójimo, como un ser humano que siente, piensa y ama, pero sobretodo, hemos dejado de ver en él, una oportunidad de crecimiento y aprendizaje. 

Las diferencias se han convertido en fuentes de conflicto cuyas formas de solución, son violentas y aplastantes; nada ni nadie nos detiene cuando el ego empoderado, nos invita a derrocar al otro a costa de lo que sea, incluso, de su propia dignidad.

Ésta es la sociedad en la que nuestros niños están creciendo, y ante ello, surge la necesidad imperante de desafiarnos, volver a nuestro interior y preguntarnos si esto es lo que queremos, si de verdad estamos invitados a la construcción de una sociedad insensible y hostil, o por el contrario, la misión es tejer lazos de hermandad desde la empatía, el respeto, la inclusión, el interés genuino por el otro y el amor.

La tarea no es fácil, pues implica cuestionar nuestras propias ideas y aquellos paradigmas (de lo “bueno” y lo “malo”; lo “correcto” e “incorrecto”) con los que hemos crecido, pero sobretodo, implica un cambio de actitud ante las formas de abordar y solucionar los conflictos en nuestra vida cotidiana.

La invitación es crear un espacio de encuentro personal para mirase a uno mismo y ver la propia vida como una película, en donde podamos descubrir la herida que dio origen a la construcción de paradigmas destructivos, formas distantes o agresivas de entender el amor, el poder y al otro, para entonces preguntarnos si éstas son realmente las únicas maneras de vincularnos ante las diferencias con los que nos rodean.

En este espacio, preguntémonos si la manera en la que crecimos nos hizo plenamente felices y si las repeticiones de ciertos comportamientos están aportando algo positivo en la vida de nuestros hijos; si hay algo que podamos cambiar, hagámoslo para su bienestar y el de la sociedad que estamos construyendo para ellos. Nuestros hijos nos miran todo el tiempo, de nosotros aprenden cómo ser hombres y mujeres; cómo solucionar conflictos, cómo amar, cómo respetar e incluir al otro… y a ti, ¿te gustaría ser tu propio hijo?

Los cambios en ésta sociedad con tendencia a la violencia, no se los podemos dejar a los niños y jóvenes; ésta es NUESTRA responsabilidad porque somos nosotros los constructores actuales, somos nosotros los modelos de humanos y ciudadanos para nuestros niños y jóvenes.

Por eso, démonos más espacios de auto reflexión que nos permitan abrazar no sólo a nuestros niños internos que han sido heridos, sino también a nuestros hijos que están siendo lastimados; escuchemos el latir de nuestros corazones y escuchemos los de nuestros hijos; fortalezcamos nuestro diálogo interno y busquemos espacios de comunicación con nuestros niños; démonos un abrazo de paz y hagamos lo mismo con nuestros niños y jóvenes, que al igual que nosotros, están en la lucha constante por ser mejor. 

Que nuestro legado para las siguientes generaciones sea un mundo más empático, inclusivo, asertivo y fraterno, donde las diferencias sean una oportunidad para seguir caminando juntos.



MPE. Claudia N. Ponce Góngora